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Tabasará – Relato

Nuestro descenso del Tabasará fué todo un éxito. Nuestra primera remada con Irving, nuestro hijo de cuatro años, fué memorable.

La PartidaEste sábado 23 de abril salimos temprano hacia Chiriquí para bajar el Tabasará. LLevamos tres canoas para entrar al río Tabasará justo en el puente de la vía Interamericana y salir en el otro puente del Tabasará, cerca de Puerto Vidal, por donde pasa la Interamericana vieja. El grupo era todo familia: mi Tío Johnny, mi hermano Roger y su hijo Rogelio, mi hermana Denise, mi esposa Lorena y mi hijo Irving. Estaba muy contento por que Lorena había accedido a traer a Irving.

Echamos las tres canoas en el puente del Tabasará a las 12:00 mediodía del sábado, un poco más tarde de lo que habíamos planeado. Las tripulaciones erán: Denise y Johnny en una Old Town de 20′ (la nave nodriza), Roger y Rogelio en su canoa, y Lorena, Irving y yo en una Coleman de 17′. Todas las canoas iban cargadas con nuestras toldas, neveras con hielo y bebidas, sillas y comida. En la noche íbamos a acampar con todas las comodidades posibles.

El río estaba precioso, el agua cristalina, y el día soleado. Nos tocó un día ideal. Los primeros rápidos tenían unas buenas olas y por un momento me preocupé pensando que el río fuese a estar más difícil de lo que me imaginaba. Las primeras bajadas de los rápidos crearon tensión con mi esposa, que, naturalmente, tenía un poco de aprehensión y estaba luchando por relajarse. Irving, que no tenía ninguna preocupación en su mente, estaba gozando el momento.

Como a la hora de estar bajando el río, Roger se nos había adelantado cuando llegamos a un rápido complicado. El río se dividía en tres y no nos daba una clara visión de que nos esperaba al final de ninguna de las opciones para bajar. Roger decidió bajar por la derecha y le dió de frente. El rápido que escogió tenía varias piedras grandes que hacían complicada su navegación. Al llegar a las primeras piedras su proa rozó una de ellas y esta desvió el bote hacia la izquierda, donde otra piedra detuvo su avance. En un instante la canoa de Roger y Rogelio quedó atrapada perpendicular a la corriente: lo peor que le puede pasar a una canoa.

Nosotros, desde arriba y fuera de los rápidos aún, vimos como el agua fué entrando en la canoa y aplicando más peso al bote. Antes que Roger y Rogelio pudieran sacar el bote de las piedras la inmensa presión del agua quebró el espinazo de la canoa. Hasta donde estábamos, y por encima del ruido del agua turbulenta, nos llegó el «crack» que hizo la canoa al partirse. Roger se pasó la mano por el cuello, como cuando degollando a alguien, y lentamente captamos que teníamos un bote menos en nuestro grupo.

Esa canoa que se partió tenía unos cuarenta años y había sido parte integral de nuestras memorias más viejas. Recuerdo haber dormido bajo esa canoa en el río Gatún, cuando tenía unos cinco años. Y esa sólo es una de las primeras memorias. Bueno, no había mucho tiempo para melancolía… Había que rescatar todo el equipo que estaba dentro de la canoa antes que el agua se lo llevara. Después de acomodar nuestras canoas seguramente en la orilla arriba del rápido, nos acercamos por el río para asistir en la recuperación de todo lo que estaba siendo amenazado por el agua.

En realidad nos fué muy bien con el rescate y sólo perdimos tres papas (de seis) que llevábamos para acompañar la cena. Después de toda la emoción del rescate quedamos con hambre, y como ya eran pasadas las doce, decidimos hacer nuestra parada de almuerzo. Bajamos las canoas caminando por la parte más fácil del río y las amarramos seguramente después de los rápidos. No iba a ser ningún problema repartirnos entre los botes que quedaban.

Tras un delicioso almuerzo y unos refrigerios reanudamos nuestro descenso del Tabasará. Nuestro plan era seguir remando hasta las cuatro y parar en el primer lugar apropiado para un campamento. Como a las 4:15pm llegamos a un lugar que cumplió con todos los requisitos para un campamento seguro y acogedor, en ese orden. Era una playa de piedras elevada sobre el río y con una amplia piscina al frente. Al final de la playa encontramos un arenal donde podíamos dormir cómodamente. De una vez armamos campamento para dedicarnos a relajarnos y gozar del río.

Después de refrescarnos pasamos a la hora de las bebidas y la cena: unos deliciosos pinchos surtidos de Berard preparados en una barbacoa de portátil – por suerte no se había mojado el carbón que venía en la canoa de Roger (el chef de la noche, según nuestra programación). Más tarde, Johnny sacó su guitarra y comenzó la cantadera. Esa es una de las ventajas de acampar en canoa, se puede comer el pastel, y el helado también. Las canoas transportan todas las comodidades cotidianas sin ningún problema. Cosa que no es tan sencilla cuando hay que llevarlo todo al hombro, o el espacio es reducido como en kayaks. Las canoas son verdaderas bestias de carga.

Al día siguiente, después de un sabroso desayuno de huevos rancheros con tocino, reanudamos nuestro descenso con las pilas recargadas. Nos quedaban unos quince kilómetros por recorrer. A las 8:30am empujamos los botes al agua. Nos había tocado otro día esplendoroso, y el río cristalino bajo el sol de la mañana. Nuestro itinerario nos llevaría hasta el puente de Puerto Vidal, en donde planeabamos llegar al medio día. A las 12:03 tocamos la orilla bajo el puente…

El recorrido nos había llevado por una región remota de nuestro país. Pero, encontramos las orillas del río llenas de lugareños que llevan años haciendo su vida en las empinadas laderas que dan al río. Esta gente vive como en otro siglo, sin luz, agua corriente, ni la cercanía de una tienda. La comodidad de nuestra vida queda en fuerte contraste contra las viscicitudes que debe vivir esta gente. Gran parte del día la pasan en el agua tratando de pescar algo de proteínas para complementar su alimentación. Sin duda que también se divierten en el agua, pero el río Tabasará es una parte vital de su existencia.

Por Irving Bennett

Siempre listo.

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