De La Mesa a El Cacao
Este fin de semana que pasó nos fuimos a caminar desde La Mesa hasta El Cacao. Eramos un gran grupo de buenos amigos, 25 personas, la mayoría corredores del Hash. La ruta que escogimos era exigente, pero casi todos los que venían sabían que podían esperar, y yo estaba seguro que todos podían hacerlo. Hubo excepciones, pero estas no fueron sorpresa. La pasamos muy bien en nuestro recorrido y visité senderos nuevos e inesperados. No salimos exactamente por donde había planeado pasar, pero esa es la belleza de salir a caminar con un plan de vuelo flexible y una buena idea del terreno en la cabeza.
Bajamos por un sendero que parte de La Mesa de El Valle y baja por el filo oeste al Río Indio. En la primera intersección elegimos bajar al Río Las Minas y visitar una poza muy agradable que está a la orilla del sendero. Aprovechamos para tomar nuestro almuerzo al lado del agua, después de darnos un buen chapuzón y compartir unos guariquitiquis (aprovechando que éramos un grupo de adultos parranderos). Por suerte esta parte de la vecindad del Río Indio todavía está bastante conservada. El sendero del este del Río Indio está siendo arreglado y pronto será un camino de tosca. De hecho, ya era un camino de tosca, pero unos derrumbes lo habían dejado intransitable y estaba regresando a un estado más primitivo y ameno para los caminantes.
Luego visitamos Boca de Las Minas, a donde ya se puede llegar en auto. Con cada año que pasa el campo se hace más pequeño y la civilización le va robando lo rural y agrestre a los moradores. Seguro que para ellos es conveniente y todos tienen derecho al progreso. Pero yo camino para alejarme de todo eso y tener la oportunidad de descomplicar y simplificar mi existencia. Por suerte la señal del celular todavía no ha llegado a este recoveco, pero eso no tardará mucho. De Boca de Las Minas tomamos rumbo este y fuimos a dar a Río Indio Centro, donde pasaríamos la noche. Aprovechamos que al lado de la capilla en Río Indio Centro hay un comedor abierto que nos facilitaba cocinar la cena bajo el resguardo de un techo de paja. Sjef y Teresa nos hicieron una deliciosa cena de pasta con salmón en una salsa rosada que fue vista y desaparecida.
El domingo iba a ser un día exigente. Todo mundo aprovechó la noche para consumir todo lo de peso que había en las mochilas. Temprano en la mañana nos tocaba iniciar el ascenso para cruzar el filo que divide al Río Indio del Río Cirí. Esta ruta nos llevaría a Peñas Blancas, pero primero teníamos que trepar hasta 950 metros de altura. Nos pasamos toda la mañana subiendo lomas, y sudando, y jadeando. Pero el premio de todo ese esfuerzo eran unas vistas espectaculares que nos permitían ver claramente todo el terreno que habíamos cubierto en el día anterior. Muchos maldecían en la subida cuando el peso de su mochila los tenía contra el piso. Pero estaba seguro que luego vendrían sonrisas de satisfacción. Una cantina nos esperaba en Cirí Grande, con pintas frías y una rockola.
En todo el espinazo de Peñas Blancas hay un bosque de altura que es una belleza. Es principalmente por la experiencia de atravesar este bosque que este paseo me encanta. Hay que trepar mucho cerro para llegar a ese bosque que está a más de 900 metros de altura. Pero esta mayormente intacto el bosque. No nos toco una nube en la cima, que hubiese sido lo ideal. Durante la caminata hacia Peñas Blancas, la cima de Cerro Negro y Cerro San Andrés estaba dentro de las nubes, pero cuando nosotros llegamos, cerca del medio día, las nubes se habían disipado. Esta subida separó el grupo y los lentos quedaron muy rezagados. Los que íbamos por delante coronamos el paso hacia Peñas Blancas y paramos cuando llegamos nuevamente a donde podíamos abastecernos de agua. Ya casi todos nos habíamos quedado secos.
Cuando la cola volvió a unirse con nosotros ya era hora de almorzar. Nos comimos nuestro almuerzo gozando de la vista desde unos 700 metros de altura. El Cerro Cirí se veía claramente al frente. Este cerro tiene una forma muy particular y se puede identificar claramente en el mapa. Donde nos detuvimos, al lado de un tanque de alivio de presión para un tubería de agua, estaban reforestando con especies nativas. Los moradores nos ofrecieron naranjas y marañones que estaban en su punto. Todavía nos faltaba un gran descenso hacia Cirí Grande y al poco rato inició la lluvia. Nuevamente nos pusimos en movimiento antes que el agua hiciera más difícil la bajada. A mi me encanta bajar rápido por las pendientes, que es casi como esquiar por la tierra. Además encuentro que hay menos riesgo de caerse si uno mantiene una actitud dinámica sobre el terreno.
Los que íbamos por delante fuimos dejando algunas marcas para que no se perdieran los que prefieren bajar cautelosamente. Nos bañamos en el Río Cirí y seguimos hacia una cantina donde podíamos esperar al resto del grupo refrescados con unas pintas heladas. Además el aguacero se puso intenso y en el rancho podíamos esperar secos y contentos. Ya solamente nos quedaba un lomón por subir para y un par de horas de camino para llegar al Cacao. Un buen paseo…
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