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Casi llego a mis 45 años con algo roto. O, peor, paralizado. Es increíble que cerca estamos en ocasiones de hacernos mucho daño. Este año nuevo estaba trepado muy alto en un árbol colocando unas cuerdas para hacer un deslizamiento de un lugar a otro. Cuando llegó el momento de hacer un descenso decidí probar un descensor que tengo desde hace mucho tiempo pero que uso poco. Es un Petzl Stop que tiene una dispositivo de seguridad para detener el descenso automáticamente en caso de que uno pierda conciencia y lo suelte. También el dispositivo es un detente automático: apenas sueltas el dispositivo te detienes inmediatamente. Por eso el nombre: stop.

Bueno, yo aseguré mi cuerda para el descenso y solté mi anclaje de seguridad, quedando colgado del Petzl Stop solamente. Estaba como a 30 piés de altura. No me acordaba bien como funcionaba el aparato y fui a probarlo. En cuanto apreté la palanca del Petzl Stop inicié un descenso súbito. Solté un grito de terror que me salió de lo profundo del pecho. ¡Iba a toda velocidad hacia el piso! Puedo revivir, como en cámara lenta, lo que estaba pasando por mi mente. Había cometido un error y no había sujetado la cuerda para controlar la velocidad de mi rappel. ¡Tenía que soltar la mano que sujetaba el Petzl Stop!

Antes que terminará el análisis de mi precaria situación y pudiera reaccionar me estrellé con el piso. Pasé unos breves instantes evaluando mi estado. Aparentemente todo estaba bien. Tenía una tremenda raspada en la tibia izquierda y me dolían los piés, pero no tenía nada roto. Al lado mío mis hijos seguían jugando en una piscina plástica llena de agua tibia totalmente ajenos a lo que acababa de ocurrir. Después de recuperar mi calma me paré con cuidado y fui a ponerme hielo en el tremendo golpe que me había dado con el piso. ¡Gracias a Dios salí bien librado de un grave error!

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