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Palpitaciones en el Mamoní

Este sábado, cuando estábamos iniciando el descenso del Mamoní, le dije a Joaquín que extrañaba los días en que el Río Mamoní hacía que mi corazón palpitara con la emoción del miedo, la anticipación, y la mortificación de lo que podía pasar en el río. Le contaba que era peligroso sentirse cómodo en el río, despreocupado, tomando de hecho los rápidos, sin calcular con precisión el recorrido a través de las piedras. Es en esos momentos de despreocupación que el minuto de descuido puede hacernos daño. Pero estaba equivocado…

A medida que iniciamos el descenso, el Mamoní es fácil al principio y va en crescendo, fui observando que el río tenía mucha agua. El nivel del flujo estaba cerca del máximo normal, el agua estaba turbia, y habían señales de inundaciones recientes. Justo al fondo del primer rápido nos topamos con una nutria. La tuve a menos de 6″ del bote. Joaquín la había visto desde lejos y me alerto sobre su presencia. Poco después Joaquín vio un lagarto pequeño hundirse en una piscina, cerca de una piedra donde siempre duermen unos murciélagos de proboscis. El río estaba interesándome desde el principio.

El Mamoní con bastante agua se pone muy divertido. En esta ocasión estaba casi pasándose de agua. Contrario a lo que esperaba, la anticipación de los rápidos que nos esperaban estaba animando mis emociones. El río me estaba cautivando, agudizando mis sentidos. Joaquín estaba reído con las emociones que estaba experimentando, estábamos pasándola bien nada más pensando en lo que estaba por venir río abajo. Teníamos un poco de apuro por que se veía que la lluvia venía con fuerza, que pronto todo iba a estar bajo mucha más agua. Ya abajo se veía que la lluvia estaba cayendo con fuerza. Nuestro paso por el río iba a ser veloz por que el agua estaba corriendo rápido, no habían piscinas largas de agua tranquila.

Pronto resultó obvio que el río estaba algo pasado de agua: muchas piedras y olas estaban ahogadas bajo el nivel del río. El agua empujaba duro, pero las olas para surfear estaban como picos en trenes de olas, muchas de las características del río habían quedado sumergidas. La parte dura iba a ser corta, pero intensa. Con tanta agua solamente el final del río, el cañón del Mamoní iba a estar animado. Pero esa iba a ser suficiente para darnos un día espectacular en el agua. Esos instantes en que el tiempo parece detenerse son los que hacen del descenso de un rápido toda una experiencia para saborear postreramente. El instante pasado en segundos, pero las imágenes quedaban grabadas en la mente, en cámara lenta.

Después de pasar la «Z» el corazón de palpitaba con fuerza, me temblaban los músculos. Estaba al tope de la adrenalina. La Zeta tiene toda la capacidad para causar mucho dolor, hasta daño incluso, más aún cuando tiene fuerza el agua. Los dos, Joaquín y yo pasamos ilesos (como siempre), pero las emociones fueron intensas. Y todavía faltaba la «S», que nos volteó a ambos. Yo, incluso, la bajé de espaldas – entrando al río el primer hueco se quedo con la proa de mi kayak y quedé remando en reversa. Pasé todo el rápido con la cabeza arriba del agua y justo al final una piedra levanto un borde de mi bote exponiendo a una corriente cruzada: ¡zaz! Quedé haciendo inventario de especies marinas en el Río Mamoní.

Antes que pudiera contar el primer pez ya estaba fuera del agua. El esquimo rol es una reacción involuntaria que me devuelve a la superficie inmediatamente. En Mamita vi a Joaquín ejecutar el «backdeck roll» más rápido que he observado. El Mamoní no nos dejó insatisfecho: el río nos dio la emoción que nos motiva a venir una y otra vez. Luego, en la parte tranquila que nos faltaba por remar para llegar de vuelta al auto, repasamos en nuestra mente los cortos e intensos momentos que acabábamos de experimentar. Una tarde perfecta, lluviosa, en el río.

Por Irving Bennett

Siempre listo.

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