Tenía bajas expectativas para esta carrera en Cuba, New Mexico, EEUU porque la información estaba desactualizada en el sitio web de la carrera y la participación es extremadamente baja. En el 2021 terminaron 9 de 21 que empezaron la carrera. Este año creo que empezamos 24 y yo terminé de último en 34:44:26. Mi reloj marcó 173.18 kilómetros, como tres kilómetros de más por unas cuantas perdidas en el camino. Cuándo crucé la meta estaba totalmente complacido con el recorrido y todo lo que esta aventura me proporcionó, fue toda una experiencia muy especial.
Como había poca información, no tenía un plan muy detallado de qué hacer en la carrera. La logística era muy sencilla porque el recorrido era sobre el sendero de la división continental, 26.5 millas en una dirección y de regreso, dos veces. Habían dos estaciones de abasto en el camino y una tercera en el giro de regreso. Podía dejar bolsas de apoyo en Mesa Portales, en el retorno, y en la partida/final. Había un corte a las 10am a las 80 millas en el segundo retorno, y otro corte a las 2pm en Mesa Portales, milla 97. No tenía idea de cuánto era el tiempo límite de la carrera.
Antes de partir pensaba que iba a estar agradable el clima y al último minuto entró un frío abismal: la partida fue a las 6am en total oscuridad y el termómetro marcaba -7ºC. Tenía puesta casi toda mi ropa para la partida y planeaba dejar la mayoría en la bolsa de apoyo del kilómetro 14.4 (milla 9, Mesa Portales). Comenzando la carrera me perdí y detrás mío venía un tren de corredores. Todos quedamos enredados en un filo que no llegaba a ningún lado. Quedé de último buscando como bajar. Mi reloj decía que estaba al lado del sendero, y cuando fui a buscarlo había un barranco que no me dejaba llegarle. Me tocó echar hacia atrás para seguir mi carrera. No estaba comenzando bien la cosa.
Después del hueco profundo en el que me sentía al principio, todo fue mejorando con cada paso que daba. El sendero estaba bien marcado, la pisada estaba suave, y el paisaje iba tornándose más atractivo a medida que iba saliendo el sol. El perfil de elevación de la carrera parecía indicar que iba a ser una montaña rusa de subidas y bajadas. En realidad, la gradiente promedio era muy baja porque el perfil tenía una exageración vertical altísima. Iba con esa conclusión en mente. En la práctica resultó tal cual lo esperaba. Cuando llegue a Mesa Portales ya había salido el sol, había algo de nubes y era evidente que se iba a quedar helado el día. Me quité casi todas las capas y las guardé en la bolsa de apoyo. Me tomé una berifen (diclofenaco sódico) y dos acetaminofen de 500mg. Me dolía la rodilla izquierda y cuando paré, las dos estaban a punto de congelarse. Pensé que no aguantarían el trajín de todo lo que venía por delante.
Mentalmente siempre voy haciendo matemáticas mientras corro. En este caso, llevaba un tercio del primer cuarto de la carrera, un décimo del total. Siempre voy partiendo toda la carrera en pequeñas metas: la próxima estaba a 9 millas (14.5 kms) y se llamaba la ventana. No había hecho planilla portátil, ni me había memorizado el perfil de elevación, no era necesario para esta logística. Una vez que recorriera el primer cuarto, todo iba a quedar grabado con precisión para las próximas tres veces que me tocaba recorrerlo. Yo me aprendo los caminos sin tener que pensarlo mucho, debe ser algo de mi cerebro primitivo que nos daba una ventaja competitiva cuando vivíamos de la caza y recolección.
De Mesa Portales salía un sendero bien marcado y tocaba trepar nuevamente al espinazo de América (el continente) antes de llegar a la próxima estación, La Ventana. Backbone 106m es un nombre apropiado porque corremos sobre la división continental: corriendo hacia el sur, tengo el Pacífico a mi derecha y el Atlántico a mi izquierda. El sendero pronto me llevó arriba y quedé corriendo por arenisca, con una vista espectacular del alto desierto de Cuba, Nuevo México. En partes era como correr sobre arena tan dura como el concreto. La vista hacía fácil entretenerse y contemplar lo fantástico que estar vivo y poder tener la fuerza para emprender un reto como el que estaba encarando. Todo estaba fluyendo (se notaba que los analgésicos habían hecho efecto).
El sendero estaba marcado con cintas rosadas, con mojones de piedra, y algunos postes con el logo del Continental Divide Trail. Como la temperatura estaba baja, con todo y que había un sol recalcitrante, estaba cómodo corriendo a buen ritmo. Pensé que estaría cansado porque solo han pasado tres semanas exactas desde No Business 100m. Estaba en plena forma, afortunadamente. Había tomado menos de 591ml desde la partida hasta Mesa Portales, y no me iba a tomar toda la botella de Tailwind que llevaba en la mano. Atrás cargaba 500ml de agua que ya estaba contemplando botar. Estaba comiendo poco, como de costumbre. Para eso he maltratado al organismo para que aprenda a rebuscar entre los huesos.
En La Ventana me encontré a los primeros dos corredores, además de los que me habían pasado que estaban corriendo 53 millas y que habían partido una hora después. Había corrido en solitario hasta ahora. Los punteros de las carreras de 53 millas y 55 kilómetros me pasaban como si estuviese parado. Esta estación la manejaba una pareja muy agradable. Pasé tiempo de más aquí y en la estación anterior. No estaba siendo cuidadoso con el tiempo muerto. Era evidente que no estaba preocupado por terminar la carrera, al menos no en un tiempo particularmente rápido. Recogí un gel, un stroopwafel, tomé soda (no tenían Coca-Cola), llené mi botella de Tailwind, y seguí mi camino.
Saliendo de La Ventana el sendero me sorprendió por lo agradable de la pisada y las vistas expansivas. Con cada momento que pasaba iba aumentando mi apreciación por el recorrido. Supongo que estaba pasando por la euforia del corredor. Eventualmente se agotaría, pero ahora iba gozando de la buena vibra del desierto y haciendo evaluaciones en la lista de mis carreras favoritas. Generalmente prefiero correr con compañía. Esta vez estaba gozando la oportunidad de hacer introspección profunda mientras ponía un pie delante del otro. En la cena de la noche anterior George hizo su oración habitual. Yo le agregué una súplica a Dios: «si él subía mis pies, yo los iba a regresar al suelo muy contento por su apoyo». Aparentemente había sido escuchada mi plegaria.
Supuestamente la cobertura de celular iba a ser esporádica en esta carrera. En No Business no había señal, punto. Siempre que saqué mi teléfono tuve señal. Estaba tomando fotos y reportando mi progreso para que pudieran seguirme ya que esta carrera no tenía ningún tipo de seguimiento en línea. Así es que estoy armando ahora el detalle de mi recorrido usando las pistas visuales que guardé. En esta carrera no hay sombra, en ningún momento. Se puede buscar sombra, sencillamente no hay mientras corres. Por suerte la temperatura alta promedio es 11.7º C en noviembre. Me toca una alta máxima de 24º C y me derrito. Ya estaba cerca de llegar al primer cuarto de la carrera y dar la vuelta para regresar a la partida.
Estaba corriendo dentro de mi estimado, aunque un poco más lento de lo que quería. Realmente mi velocidad promedio estaba bien, sencillamente estaba tomando tiempo de más en las estaciones que había pasado. Ni siquiera es que necesitaba descansar, la estaba pasando bien y la compañía era bienvenida. Los seres gregarios tenemos necesidades especiales. ¿Qué se le va a hacer? Mi conversación estaba limitada a decirle «¡bien hecho!» a todos los corredores que me pasaban o me cruzaban ya de regreso. El líder le llevaba mucha cancha al segundo, y muchísimo al resto. Una mujer con cabello rasta, muy guapa, iba liderando su grupo. En esta sección estaba encontrando a todos los corredores que estaban levemente adelante mío y que acababan de dar el giro para regresar por donde vinimos.
En el retorno había un camión con toda la comida adentro. Tiene sentido el formato para una estación que no requiera de mucho trabajo. No perdí mucho tiempo en esta estación. quería regresar pronto para encontrarme con mi sobrina Isa y su amiga Olivia que me iban a acompañar toda la noche en el tercer tramo de la carrera. Olivia iba a dejar su carro en esta estación e Isa dejaría el suyo en la partida. Cada una manejó un auto, Isa recogía a Olivia en esta estación y luego se iban a esperarme. Siete horas treinta para el primer cuarto, incluyendo una perdida. No iba tan mal el asunto hasta ahora. En esta estación me tomé más analgésicos porque ya se estaba pasando el efecto de las pastillas anteriores. La realidad, la magnitud del reto, estaba sacudiendo mi esqueleto.
De regreso había que trepar de vuelta al espinazo y correr por un costado con buenas vistas. Había algo de nubes y brisa, cosa que me preocupaba porque correr mojado y con viento hubiese añadido insulto a la injuria. Al menos estaba fresco y podía esforzarme sin causarle mayor estrés al cuerpo. Estaba apretando el paso para no hacer esperar mucho a los ángeles que me salvarían de la soledad de la noche. La noche siempre es la parte álgida de mis ultras, la marea se va y me deja solitario en una playa sin agua, justo cuando mi energía mengua. Tenía dudas sobre lo sensato de estar haciendo esta carrera, pero el pensar en privar a Isa de la experiencia de correr su primer maratón de montaña me animaba a seguir adelante.
Hice buen tiempo regresando a La Ventana con todo y que era una trepada. Estaba gastando energía para llegar rápido a la mitad. Era un hombre en una misión. Siempre es bueno encontrar muletillas para apoyarnos cuando la situación se está tornando oscura. En realidad aún era temprano en la carrera y todo estaba marchando maravillosamente. La experiencia me hace mantenerme cauto en esta situación porque lo bueno nunca es eterno y la dificultada siempre está esperando para darnos una zancadilla y postrarnos. Hablando de postrado, aún no había probado la tierra, sorprendentemente.
A las seis de la tarde se iba poniendo el sol y la luna, casi llena, ya había hecho su aparición por el este. Ya llevaba doce horas en la faena y seguía en pie, y apurando el paso. Estas eran las últimas imágenes que tomaría porque en la oscuridad no vale la pena perder tiempo tomando fotos que no serán apreciadas. Ya estaba comenzando a sentir náuseas y algo de asco por el Tailwind. Había estado tomando tabletas de sal y electrolitos en cápsulas. No eran suficientes para quitarle el aburrimiento al sabor de la sonsa bebida que tenían en las estaciones de la carrera. La noche sería larga y triste porque cuando me pasa esto es una batalla hasta que vuelva a aparecer el sol.
Es posible que la culpa del estado actual de mi estómago sea la falta de ingesta. Las estaciones eran algo simples. Tenían agua caliente y podían preparar avena, ramen, café, chocolate caliente y habían quesadillas. Pero tenía que esperar y eso me quitaba las ganas. No me había estado alimentando bien. Me habían comido un stroopwafel, unos geles, y Reeses, unas copitas de chocolate con mantequilla de maní que bajaban muy bien. También me había tomado un Ensure Plus en cada lugar donde tenía mis bolsas de apoyo porque era una manera rápida y probada de alimentarme. «El elixir de los dioses» me dijo Betty cuando me tomé el último Ensure en el retorno, ya hace unas doce horas.
En Mesa portales recogí mi linterna de cabeza. Llegué justo con lo que quedaba de luz y no fue necesario correr con mi linterna de mano. Había calculado llegar a esta estación a las 6pm. También era el momento de recoger toda mi ropa caliente que había dejado en la mañana cuando llegué aquí por primera vez, justo después del alba. A duras penas me pude tomar más analgésicos porque ya se me estaba haciendo difícil tragar por la revulsión a los sólidos. Me tomé otro Ensure Plus y casi se me regresa entero. Afortunadamente logré controlar mi arqueo nauseabundo. ¡Qué cosa tan desagradable es estar en el fondo de este pozo! Ahora vienen las horas de la batalla entre la voluntad y la flaqueza, el momento en la vía rápida del retiro se vuelve tentadora. Este es el momento de recordar que el dolor y la debilidad son pasajeras, la hebilla y el logro son permanentes.
Llegué en piloto automático a la mitad de la carrera. Tanto así que hasta ahora caigo en cuenta que había una caja de margaritas arriba de la comida. ¡Me hubiese caído tan bien una de esas botellas en ese momento! Ya estaba en manos de mis acompañantes y con eso estaba seguro que llegaría hasta los tres cuartos de la carrera. De ahí en adelante me tocaba regresar por mi cuenta ayudado por el astro que es la fuente de toda la vida en esta roca que pasea a su alrededor anualmente, siempre atrapada dentro de su abrazo gravitacional. ¡Estaba helado una vez que paré de moverme!
Me había pasado un montón de gente (relativamente) en el retorno a la mitad de la carrera. Se ve que le había costado a la gente llegar a la mitad. Yo tenía náuseas, pero me sentía fuerte dentro de todo. Solo tenía que apoyarme en Isa y Olivia hasta que me llevaran a volver a ver el Sol y su luz volvería a darme energía para regresar a la meta. Isa me dió un café con chocolate caliente para despertarme y alimentarme. Esa sería una fuente de energía por el resto de la noche. Estas dos jóvenes estaban muy entusiasmadas con el reto que tenían por delante y me tocaba contagiarme de su felicidad. ¡Vamos!
La noche fue larga, muy larga. Hubo momentos tenebres en que estaba postrado en cuatro, en el piso, arqueando para botar lo que tenía en el estómago (y no tenía nada). Tuve dudas sobre cuánto tiempo tenía para terminar porque la hora cambió durante la carrera y ahora el reloj se había adelantado. Las chicas me animaron toda la noche. Conversamos de todo, la mayoría del tiempo yo las escuchaba, pero también me hacían preguntas y me tocaba responder. Se me hacía difícil hablar porque ya tenía la garganta irritada de tanto respirar el aire seco del desierto. Isa y Olivia iban de paseo, literalmente. Son gacelas acompañando un buey que parecía no querer llegar al matadero.
Cuando estábamos llegando al retorno, Isa me dijo que había decidido acompañarme de regreso. Se sentía bien y no quería dejarme solo, quería asegurarse que regresara entero, que no me rindiera. ¡Qué belleza, cuanta suerte! Olivia tenía que regresar a trabajar y no podía seguir en nuestra aventura. Ya había hecho lo necesario y estaba feliz también por la experiencia compartida.
Llegamos al retorno con tres horas contra el corte. Parecía que siempre iba a lograr terminar esta aventura, y más con la compañía de Isa. Ahora solo quedaba manejar bien nuestras energías, no meter la pata, y seguir haciendo lo que habíamos hecho para llegar a este punto. El día amanecía espectacular. Era hora de quitarnos capas de encima, tomar café con cocoa, relajarnos un poco, y ponernos a punto para emprender nuestro último cuarto de carrera. El señor que atendía esta estación resultó ser el papá de Erick, el organizador de este evento. Mientras me preparaba para regresar se sentó a mi lado a echar cuentos y tuvimos una conversa muy amena. Isa y Olivia hacían lo suyo mientras nosotros lo nuestro.
Gastamos bastante tiempo en esta estación, no tenía apuro y estaba seguro que podía con lo que faltaba. En cuanto dejamos la estación, después de despedirnos de Olivia, nos dio calor y nos tocó quitarnos más capas. Luego llegó el apuro colónico que ignoré mientras me tomaba mi café. Pequeñas cosas inesperadas estaban roban aún más tiempo del que ya había cedido. El gusano de la duda volvía a asomar su cabeza. ¿Por qué es así la vida?
El tramo del retorno a la estación de La Ventana es el más corrible y estábamos sacando provecho de todo lo que había descansado durante la noche. Isa estaba gozando todas las vistas que no había podido apreciar durante la noche. Nos había tocado un cielo estrellado y disfrutamos del firmamento. Ahora era la hora de la tierra y su belleza. Y el sol que nos calentaba estaba haciendo el termómetro trepar. Ayer había sido helado, hoy íbamos rumbo a una alta de marca superlativa. También por eso aprovechaba para ganar tiempo mientras la temperatura no era excesiva.
El tramo entre La Ventana y Mesa Portales es el más rocoso y complicado de la carrera. También es la parte más alta de toda la carrera. Estaba empujando para hacer el mejor tiempo posible. Ya el cansancio me estaba limando y el sol comenzaba a calentar. Isa también estaba sintiendo la deprivación del sueño. Estaba «loopy» en sus propias palabras. El cielo azul, típico de Nuevo México, permitía al fulo cocinarnos sin impedimento. A esta hora, a esta altura de la carrera, no queda otra que morder y apretar, poner la buena cara al mal tiempo y ver al futuro, a la meta completada. Lo cómico es que mientras uno más cansado está, más lento pasa cada kilómetro. Como la Reina Roja en Alicia en el País de las Maravillas, hay que correr a tope para quedarte en el mismo lugar.
Ya yo no estaba para tomar fotos, Isa todavía tenía energía para eso. Estaba hastiado de todas las bebidas, del Tailwind, del Gatorade en polvo, del Vfuel, y había botado mi agua sin reponerla. Ya he estado en este lugar antes, hay luz al final del túnel. La grasa en el cuerpo sería suficiente para llegar a la meta. Siempre queda algo pegado al fondo de la paila. Este es el momento de raspar el concolón. Todo iba tal cual debía ser, aún cuando no lo pareciera. Este estado es típico de las últimas horas de un ultra, parte de la experiencia.
Cerca de la una llegamos a Mesa Portales, nuestra última estación antes de la meta. Tomamos Coca-Cola, nos quitamos todo el equipo superfluo, le dimos gracias a los que nos atendían, y nos aseguramos cuánto tiempo había para terminar. Teníamos cuatro horas para recorrer los últimos 15 kilómetros. Ya quedaba un último ascenso y era descenso hasta la meta, la cerecita sobre el pastel. Esta era una cerezota, inmensa. Partimos contentos, pensando que ya solamente era cuestión de mantenernos en movimiento hasta llegar a la meta.
Después de correr por el espinazo bajamos a una calle de tierra que parece interminable. En la noche no se notaba cómo era y siempre recorrí este tramo en oscuridad. Ya sabía que llegábamos dentro del corte. Mis opciones eran correr a 9 minutos por kilómetro o caminar a 10. Isa, que tenía más velocidad y energía que yo partió a balazo a terminar su aventura, el recorrido más largo de su vida. Yo guarde mi último empuje para cuando viera el arco de meta. Y así fue, caminé hast que vi la meta y quemé mi último cartucho en derroche de velocidad (a 9 minutos por kilómetro). Mi hermana Michelle, su hija Alex y su esposo George nos esperaban junto a Erick, el organizador. Ya solamente quedaba el arco de meta, todas las toldas habían sido dobladas, el equipo empacado, y nada más faltaba que me dieran la medalla de finalista y mi hebilla.
No quiero extenderme mucho más. Esta carrera se la debo a mi sobrina que me acompañó a través de lo más duro de la carrera junto con Olivia, y después hizo lo inesperado y siguió corriendo conmigo hasta la meta. Por mi parte, hice lo mismo que he hecho últimamente, usando zapatillas Speedgoat, mi correa Ultimate Direction, y mi botella de mano Camelbak. La comida casi que es irrelevante, siempre me sobra porque como poco. Como nota especial, voy a agregar bebida en polvo para cuando me canse de la bebida de la carrera. Y siempre debo revisar mi provisión de analgésicos. Ahora toca prepararme para El Reto del Indio 2023 y conseguir mi hebilla #15.
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