Canadiense, haciendo su doctorado, 5’ 8”, 30 años…
El lunes 3 de febrero de este año recibí una llamada del señor Howard Wenzel, Presidente de Ecotours, preguntándome si estaría interesado y dispuesto a montar una búsqueda de un joven que se había extraviado cruzando la selva del Darién, solo, camino a Colombia. Luego de breve conversación le dije que en principio estaba interesado y que mandara toda la información pertinente para poder analizar lo que podía hacer. En la tarde ese día llegó el fax con la información de Stephen Berkowitz: canadiense, haciendo su doctorado, 5’ 8”, 30 años, etc.
El joven Berkowitz llegó a Panamá para viajar a Colombia vía la siguiente ruta: Panamá – Yaviza – Boca de Cupe – Púcuro – Paya, en donde cruzaría la frontera con Colombia, pasando por Palo de Letras (un hito fronterizo), para llegar a Cristales. Una vez en Colombia, su recorrido sería Cristales – Bijao – Puente América, bajando por el Río Cacarica hasta llegar al hasta llegar al Río Atrato – Turbo – Cartagena – Canadá. Stephen tenía reservaciones para salir de Cartagena el día 24 de enero, hacía ya 10 días. Ya se estaba organizando un equipo que iría a buscarlo en Darién para ver si le había pasado algo en la selva panameña, pero no había forma de organizar lo mismo por el lado colombiano. El tiempo era de la mayor premura y cada día había menos posibilidades para el señor Stephen Berkowitz. ¿Qué hacer?
Hacía unos meses, (yo) había estado por Capurganá, Colombia, en la costa Atlántica, cerca de la frontera, buscando una ruta para cruzar el Darién caminando. En ese viaje sobrevolamos el área donde ser perdió Berkowitz y tenía fresca en mi mente la imagen del gran Río Atrato, la ciénaga de Unguía y toda la plataforma aluvial de la región. Desde entonces quedé prendido con la idea de hacer un viaje para visitar el área y conocer de cerca el Tapón del Darién, vivir unos días en esa exuberancia de flora y fauna que le dan fama. Al menos ya sabía cómo llegar al área donde se había perdido el canadiense y podía hacerlo con bastante prontitud. El martes en la mañana fui al Instituto Tommy Guardia a buscar mapas de la región, para saber donde quedaban los caseríos de Cristales y Bijao, el parque Los Katíos y la mejor forma de acceso al área en la que iba a concentrar la búsqueda. Fue poco lo que encontré, pero suficiente para llegar sin problemas, con una idea del tiempo que me tomaría hacer todo el recorrido hasta la frontera – saliendo desde Turbo. Esa misma mañana hice reservaciones a Medellín y averigüé el horario de Aces a Turbo. Estimaba que me podría tomar una semana llegar hasta Colombia, caminar hasta la frontera, ida y vuelta, y regresar a Panamá. Con todas las variables en perspectiva, había llegado a la hora de tomar una decisión: ¿Iría a buscar a Stephen Berkowitz?
Estar en la selva me ha llenado el espíritu de bienestar y paz; es un lugar especial en mi interior. Estar rodeado de toda esa abundancia de vida me hace sentir alerta, conectado con el medio, feliz de estar en esta tierra. Lo anterior es suficiente para motivarme al viaje a Colombia. Siguiendo con la introspección, si ahora me toca a mí ir a buscar a una persona perdida en la selva, pues que así sea. En su momento es posible que exista alguien que haga lo mismo por mí. La respuesta fue “sí” desde un principio.
El miércoles en la mañana estaba en un avión. No tuve mucho que empacar, sólo un poco de ropa, pues la mochila siempre está lista para partir con todo lo que pueda necesitar para un viaje de este tipo. Apenas llegué comencé a preparar lo necesario para llegar a la frontera con Panamá en búsqueda de Stephen Berkowitz: boleto de avión a Turbo, mapas del área, los permisos necesarios, hablar con las autoridades del gobierno que pudiesen dar apoyo. Desafortunadamente, ya eran las cuatro de la tarde cuando llegué a Medellín y no había mucho que se pudiera hacer con el gobierno a esa hora. Hice reservaciones para el jueves en el vuelo de las cuatro de la tarde para Turbo con la esperanza de poder hacer todo lo necesario entre la mañana y las tres de la tarde del jueves.
El jueves a primera hora estaba en el Instituto Geográfico Agustín Codazzi consiguiendo los mapas topográficos del área. Tuve que ir a la 4ta Brigada Militar y conseguir la autorización para obtener los mapas, muy cuidados para evitar que caigan en manos de guerrilleros. Luego al INDERENA (Instituto de Recursos Naturales) para averiguar sobre el parque Los Katíos. Afortunadamente, logré contacto con el Ing. Francisco Giraldo, director del Parque en Turbo, quien me estaría esperando al llegar a Turbo esa tarde. En el ínterin el Ing. Giraldo haría lo posible por conseguir información sobre las personas que habían visitado el parque en el último mes, con la esperanza de que Berkowitz fuese uno de ellos. Fuera de lo anterior, todo lo demás que pudiera hacer estaba en Turbo ya que las autoridades de Medellín tienen poca relación con las de la costa. Además, Turbo es parte de otro departamento político.
El jueves en la tarde, volando en un Twin Otter a Turbo, veía como cambiaba el paisaje mientras bajaba de Medellín, en las montañas, hacia la costa atlántica. ¿Qué iría a encontrar? ¿Qué suerte habría corrido Stephen Berkowitz?
Turbo es un poblado fronterizo por donde entra la mayoría del contrabando que sale de la Zona Libre de Panamá hacia Colombia. Es famoso por ser tierra de nadie, el que se mete en problemas con la ley sólo tiene que perderse en el tapón del Darién y más nunca lo encuentran. A Turbo también llega toda la madera que sale de la región y el banano de las grandes plantaciones que lo rodean. El vuelo desde Medellín tomó sólo una hora.
La conversación del jueves en la tarde con el Ing. Giraldo fue breve. Lo más importante que averigüé fue que en efecto el Sr. Berkowitz había entrado al Parque Los Katíos el 18 de enero y se había registrado en la estación de Cristales, su punto de entrada a Colombia según su itinerario. Nunca llegó a Bijao, que habría sido su próxima parada según manifestó a los guardias del parque en Cristales. Sabiendo que Berkowitz había entrado a Colombia, dediqué todo el viernes a buscarlo por las pensiones, los hostales, la policía, el ejercito, migración, etc. El nombre de Stephen Berkowitz no apareció en ningún registro, ni legal, ni de alojamiento y ninguna de las personas con quien hablé recordaba haber visto a alguien parecido al de la foto que les mostraba.
Stephen Berkowitz no tomó la ruta más recorrida de Cristales a Bijao, que es por piragua, sino que optó por caminar por un trillo que está fuera del parque. Era obvio que algo le pasó en ese camino. Lo único que quedaba era ir al último lugar en donde se le había visto y tratar de seguir sus huellas. Para ese propósito, el Ing. Giraldo puso a disposición los botes y el personal del parque para que me llevaran y acompañaran. Sólo pidió que pagara la comida y la gasolina, ¿qué menos podía pedir? Ese mismo viernes compré todos los víveres necesarios para tres o cuatro días de viaje por el río.
El sábado a las 8 de la mañana me encontré en la puerta del hotel con Bernardo Castellanos, Jefe de Guardabosques de la Intendencia del parque en Sautatá, donde se encuentra la instalación principal de Los Katíos. El señor Castellanos me llevaría río arriba hasta Cacarica, donde cambiaríamos de bote para una piragua que pudieses seguir subiendo río arriba hasta Bijao. Finalmente estaba cerca de Berkowitz y de la selva que tanto me intrigaba. Ibamos hacia el punto más remoto de la frontera entre Panamá y Colombia. Un punto que queda precisamente entre la frontera que se extiende desde el Pacífico hasta el Atlántico, el hito fronterizo de Palo de Letras. En Palo de Letras no vive nadie: el escudo de Panamá, el de Colombia, las coordenadas exactas del punto en el planeta Tierra y el nombre de los organismos que lo colocaron.
A medida que nuestra embarcación se alejaba del muelle, un sobrecogimiento me embargaba, el mismo que había sentido anteriormente cuando me encontraba en lugares y rumbos desconocidos. Es posible que Stephen Berkowitz hubiese sentido lo mismo cuando se montó en la piragua que lo llevaría por el río Tuira hacia su destino. Un sentir de afinidad me amarraba a Stephen Berkowitz, a quien ya había estado buscando por tres días. El río Atrato, al que llegamos después de cruzar el golfo de Turbo, es un río inmenso que corre paralelo a la frontera de Panamá y Colombia. El río tiene un promedio de 400 metros de ancho y tiene hasta 60 metros de profundidad en ciertas partes. A medida que navegábamos río arriba, pude ver aves acuáticas que nunca antes había observado en Panamá. Realmente estaba en otra región del mundo, estaba en todo el centro de la zona de convergencia intertropical.
A la una de la tarde llegamos al río Perancho, al que se le unen como afluentes los ríos Cacarica y Cristales, los cuales prácticamente nacen en la frontera. Ahí cambiamos a una piragua pequeña, con un motor de nueve caballos. Conmigo se montó Chimbi, quien venía en la lancha y me acompañaría todo el viaje. Poco después supe por qué decían que Chimbi era más conocido que la plata en ese río, por donde pasábamos todos lo conocían. En esta época del año, cuando no llueve mucho, el río Perancho se cubre con plantas flotantes y navegarlo es como andar por un río de hierba. Hay una abundancia de gallinuelas y otras aves que viven y se alimentan sobre las plantas acuáticas que cubren la superficie. Depredando sobre todos estos pequeños pájaros están toda clase de gavilanes, halcones y águilas. Pude ver más de una docena de distintas aves rapaces en las orillas del río.
Mientras navegábamos río arriba y nos adentrábamos más en la selva, las orillas del río iban cambiando y los árboles iban creciendo en tamaño hasta que sus copas se topaban sobre el río, sin dejar que el cielo se viera sino por pequeñas aberturas entre las ramas. Este río iba, literalmente, merodeando entre los árboles, y Chimbi, al frente de la piragua, necesitaba de la palanca para ayudar al motorista a navegar entre los troncos y seguir todos los giros que hacía el cauce del río. A este punto, la intromisión de la selva sobre uno puede ser sobrecogedora: la vegetación le entra a uno por todos los sentidos, lo toca a uno, lo envuelve, está por doquier: arriba, abajo y a los lados. Ya el río tiene menos de un pié de profundidad. A veces hay tantos insectos, en especial cuando pasamos sobre un parche de hierba, que se hace difícil respirar sin tragarse uno que otro. El paraje es realmente silvestre.
Sin avisar, el borde derecho del río se abrió y nos encontramos con plantaciones de arroz. Ya estábamos cerca de Bijao y la orilla que estaba talada estaba fuera del control del parque. El fondo del río cambió a piedras y se volvió más hondo, facilitándose su navegación. Llegamos temprano en la tarde y pronto conocí a todo el personal de la estación. Cada cabaña del parque tiene un generador de electricidad que encienden todas las tardes a las seis y apagan a las nueve de la noche, una nevera de gas mantiene las carnes y los vegetales frescos y tanques de agua completan la instalación. Todos los puestos se comunican diariamente por radio VHF. La razón de ser del parque Los Katíos es servir de barrera para evitar que la fiebre aftosa entre al continente norteamericano.
Durante la noche del sábado en Bijao y hablando por radio conseguí los últimos detalles de lo que se sabía de Stephen Berkowitz. Básicamente, él salió de Cristales, rumbo a Bijao, el 18 de enero a las 7 de la mañana y nunca llegó. Al día siguiente saldríamos a caminar la trocha que él debió haber recorrido para ver qué encontramos. Ya hacía 21 días desde que Berkowitz salió de Cristales, eran pocas las esperanzas de encontrarlo, pero algún rastro debía haber dejado y no había llovido desde entonces. En su recorrido debió haber cruzado varias quebradas y sus huellas debían ser fáciles de distinguir en la tierra suave y húmeda.
El domingo a las y de la mañana estábamos en el trillo que nos llevaría a Cristales. Este sendero se mantendría al lado derecho del río Cristales, fuera del parque, hasta llegar a la estación del parque. El camino está claramente marcado, una trocha de 3 metros de ancho y el piso está cubierto de hojas secas. Todos tenemos en la mente nuestras ideas acerca de qué encontraríamos en ese camino. Siempre que conversamos entre nosotros mostramos algo de optimismo, pero siempre queda esa nota que dice que es imposible que lo encontremos vivo si está en el camino. Tenemos que recorrer unos 15 kilómetros, aproximadamente unas cuatro horas al paso que llevamos. La selva que nos rodea es seca, no ha llovido desde noviembre, pero todos los árboles están verdes y frondosos. Hay cuipos de más de 35 metros de altura por todos lados, una selva bastante virgen.
A pesar de escudriñar el camino durante nuestro recorrido, ni una sola pista sale a relucir, no hay más que huellas de animales en los lugares donde el trillo cruza los ríos. Ninguna otra persona ha recorrido el trillo de Bijao a Cristales en mucho tiempo, meses. En varios lugares, ya cerca de Cristales, encontramos varios árboles caídos, el último de ellos como a un kilómetro de la estación. Este árbol había caído justo en una intersección donde el sendero se divide en dos, un brazo va hacia Bijao y el otro va hacia el río Cube. En este árbol tuvimos que sacar los machetes y volver a abrir la trocha. Definitivamente que nadie ha pasado por este tramo en meses.
Poco después llegamos a la estación de Cristales, donde nos recibieron los Guardaparques que habían registrado a Berkowitz en el libro de visitantes del parque. Al llegar al río nos detuvimos a descansar, bañarnos y quitarnos las garrapatas. El canadiense había llegado a la estación acompañado por dos indios a quienes pagó para que lo guiaran, pasó la noche en la misma cabaña en la que estábamos y al día siguiente, temprano, partió caminando por el mismo trillo que veníamos de recorrer nosotros. Esa tarde la pasamos oyendo historias de personas perdidas anteriormente. Una de ellas se pasó perdida 18 días, sin comida, antes de lograr regresar a la cabaña. Al día siguiente, con calma, iniciaría mi retorno hacia la civilización.
Stephen Berkowitz nunca apareció. Hubieron falsas alarmas sobre su paradero. Una de ellas se originó a causa de un alemán excéntrico que llevaba varias semanas de estar viviendo solo, desnudo, en el río Tuira, cerca del Balsal. Otra provino de un grupo de guerrilleros disidentes del M-19 que decían haberse encontrado este señor perdido en la selva y querían cambiarlo por armas. De todas estas pistas nunca salió nada y Berkowitz sigue perdido.
Por Irving Bennett
Publicado en la Revista Década en 1991 o 1992.
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